Guillermo Altares - twitter

2022-03-03 06:14:36 By : Ms. Anna Dai

Shakespeare escribió en La tempestad que “estamos hechos de la misma sustancia que los sueños”. Pero, al igual que los más profundos anhelos, la memoria y los recuerdos también forman una parte muy importante de lo que somos. Pueden ser engañosos ―Oliver Sacks no se cansó de demostrar, aplicándolo incluso a su propia vida, que es imposible distinguir un recuerdo verdadero de uno falso―, confusos, pueden estar perdidos y surgir de repente. Incluso dos personas pueden recordar momentos importantes de su vida en común de manera diferente o que uno recuerde un episodio crucial que el otro haya olvidado y viceversa. Pero influyen de forma perdurable en nuestra manera de ver el mundo.

El pintor estadounidense Joe Brainard inventó un artefacto literario para tratar de captar todo ese magma centelleante de la memoria, los “Me acuerdo”. En la estela de este autor estadounidense, fallecido en 1994, otros escritores han convertido en literatura esos destellos que forman una parte importante de lo que somos. Los “Me acuerdo” del francés Georges Perec son casi más famosos que los originales. Ahora la escritora española Susana Fortes acaba de sumarse al género con Pontevedra. Tal como éramos (Ézaro), en el que retrata la Galicia de su infancia a través de esas frases cortas que tratan de atrapar la memoria.

Publicado por primera vez en 1975, el Me acuerdo de Brainard (Sexto Piso, traducción de Julia Osuna Aguilar) reúne pequeñas frases que empiezan siempre con esa expresión: “Me acuerdo de esas veces en las que no sabes si estás muy feliz o muy triste”; “Me acuerdo del Monopoly y del Cluedo”; “Me acuerdo de momentos de silencio absoluto en la iglesia en los que mi barriga no tenía otra cosa que hacer que rugir”; “Me acuerdo de intentar imaginarme de qué va todo esto (La vida)”; “Me acuerdo de Love me tender”; “Me acuerdo de arrepentirme de no haber hecho cosas”.

En su prólogo a la edición estadounidense, Paul Auster escribió sobre Brainard que “a través de estas frases sencillas y contundentes traza el mapa del alma humana y altera de forma permanente la manera en que miramos al mundo”. Georges Perec, el gran escritor francés al que le encantaba jugar con palabras, retomó en 1978 el testigo de Brainard con su particular Me acuerdo (Berenice, traducción de Yolanda Morató o Impedimenta en traducción de Mercedes Cebrián). En este caso, introducía muy pocos recuerdos personales, buscó sobre todo en su memoria imágenes comunes que compartía con su generación.

“Me acuerdo nos ofrece la posibilidad de viajar a través de un personaje de otra época y en otro contexto”, escribió en el prólogo Yolanda Morató, “al tiempo que nos devuelve nuestro pasado en forma de nombres y lugares que ya forman parte imborrable de nuestra biografía”. Perec escribió 480 “Me acuerdo” que reflejaban la Francia de la posguerra, pero también el desarrollo que vivió el país a partir de los cincuenta. “Me acuerdo de la Nouvelle Vague”; “Me acuerdo de los agujeros de los billetes de metro”; “Me acuerdo de mi sorpresa cuando supe que cowboy significaba vaquero”; “Me acuerdo de Yuri Gagarin”; “Me acuerdo de cuando iba a buscar leche con un cubo de estaño todo abollado”; “Me acuerdo de De aquí a la eternidad”.

Otros autores han tratado de poner en marcha esa máquina del tiempo, como el actor italiano Marcello Mastroianni, cuyas memorias se titulan Sí, ya me acuerdo… (Ediciones B, traducción de José Ramón Monreal) y contienen preciosos “Me acuerdo”. “Recuerdo un gran níspero”; “Recuerdo los uniformes de los alemanes. Recuerdo a los refugiados”; “Recuerdo una noche de verano con olor a lluvia”; “Recuerdo a Marylin Monroe”; “Recuerdo el silencio que se hizo en el restaurante Chez Maxim’s cuando apareció Gary Cooper vestido con un smoking blanco”.

Hasta ahora, la última aportación al género provenía de un tebeo en pequeño formato de la dibujante francolibanesa Zeina Abirached titulado Je me souviens Beyrouth (Me acuerdo Beirut, Cambourakis). En él Abirached mezclaba los recuerdos comunes de su generación ―nació en 1981― con las historias de la guerra civil libanesa. “Me acuerdo de todos los lugares en los que nos refugiamos durante la guerra”; “Me acuerdo de que durante la guerra nos faltaron el agua, la electricidad y la gasolina… Pero nunca los cigarrillos”; “Me acuerdo de las uñas de Florence Griffith-Joyner”; “Me acuerdo de Mazinger Z”. El libro acaba en 2006, cuando ella estaba en París y su familia en el Beirut bombardeado por Israel: “Me acuerdo de que mi madre me enviaba varios mensajes cada día para tranquilizarme; pero sé que todo lo que han vivido estaba en los mensajes que nunca me envió”.

Susana Fortes, nacida en 1959 y autora de libros como Querido Corto Maltés, Quattrocento o Esperando a Robert Capa, ha optado por unos “Me acuerdo” muy generacionales, en la estela de Perec, aunque también incluye recuerdos personales sorprendentemente compartidos. Su objetivo es homenajear a la ciudad de su infancia y juventud. “No hubo hasta la fecha”, escribe Fortes en el prólogo, “ninguna ciudad que haya sido recordada sentimentalmente de esta manera. Ni Madrid, ni Barcelona, ni Teruel siquiera. Los españoles no nos queremos tanto, ya se sabe. A ningún escritor se le ocurrió la idea. Por eso pensé que a mí me gustaría hacer ese homenaje a Pontevedra para saldar deudas y esas cosas”.

Sus “Me acuerdo” ―que Fortes define como “pequeños trozos de vida cotidiana: tiendas, calles, antiguos cines, colegios, jardines, amores de andar por casa, nubes, bicicletas, secretos, deseos”― funcionan también como un retrato compartido de muchas otras ciudades españolas y de lo que significaba crecer en los años sesenta y setenta, en un país que se transformaba rápidamente. “Me acuerdo del sonido de las retrasmisiones de fútbol a través de las ventanas abiertas los sábados por la tarde”; “Me acuerdo de ‘Avon llama, dele la bienvenida”; “Me acuerdo de pasar en un mismo verano de las bolsas de pipas a los cigarrillos sueltos. Me acuerdo de que tres Celtas largos costaban una peseta”; “Me acuerdo de los Almacenes Clarita y del olor de los rollos de tela apilados y de la guata para hacer batines”; “Me acuerdo de las amapolas rojas que crecían en el arcén por la carretera de Orense”; “Me acuerdo de que ser feliz no me parecía un objetivo importante en la vida. Había otras cosas como cortarse el flequillo a lo Jane Birkin, por ejemplo”; “Me acuerdo de que desde la alameda a veces la ría se veía más verde y otras, más azul. Y había días que se veía medio terrosa, casi marrón. Dependía del día, como todo en la vida”.

Son frases que, como los propios recuerdos personales, se quedan flotando en la memoria después de ser leídas. Oliver Sacks escribió en El río de la conciencia (Anagrama, traducción de Damià Alou) que “nosotros, como seres humanos, acabamos teniendo recuerdos falibles, frágiles e imperfectos, pero también poseen una gran flexibilidad y creatividad”. Por ese motivo, la literatura es tan importante, argumenta Sacks: “La indiferencia hacia las fuentes de la memoria nos permite ver y oír con los ojos y oídos de los demás, entrar en mentes ajenas para asimilar el arte, la ciencia, la religión y toda la cultura, entrar y contribuir a la mente común, a la riqueza general del conocimiento”. Por eso los “Me acuerdo” de los demás acaban por ser los nuestros, aunque no compartamos los mismos recuerdos con aquellos que tenemos al lado.

Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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